viernes, 13 de mayo de 2016

COSAS DE CHICAS | Capítulo 1. Algunas copas de más.

-¿Estás bien?
-No mucho, la verdad.
Era curioso, cómo una persona que apenas me conocía era capaz de darse cuenta de mi estado de ánimo con tan sólo una breve conversación a través de mensajes en el móvil.
Os contaré una historia en la que aún estoy inmersa. No sé si quiera cómo continuará, si tendrá un final feliz o si carecerá siquiera de él. Aun con todo sí que conozco su principio y me atrevería a situarlo en esa frase escrita en la pantalla de mi teléfono: “¿Estás bien?”. Sí, no me cabe duda, ahí empezó todo.

-¿Te apetece salir?
-¿Ahora?
-Bueno… sí. Dentro de un rato. Podemos tomar algo si te parece.
-¡Hecho!

No pude evitar sonreír por la propuesta. Seré sincera, ella me gustaba a pesar de creerla hetero. Sería horas después, entre copas, cuando me confesaría su bisexualidad y su situación en la familia. Pero no adelantemos acontecimientos y sigamos por donde iba…
La esperaba en una plaza bastante amplia y concurrida de la ciudad. Pronto la distinguí de entre el gentío. Es una chica muy característica con su gorra hacia atrás, su melena larga y rubia, su tez fina como la de las muñecas de porcelana, su camisa desabrochada, sus pantalones cortos y sus botas negras. Le faltaba el skate que a menudo llevaba consigo. Lo que no le faltaba era esa bolsa/mochila que siempre cuelga en su espalda. Sí, la miré de arriba abajo y luego la saludé con un abrazo más cordial que cercano.

Debo decir que nunca antes habíamos quedado. Las pocas miradas que habíamos cruzado habían tenido lugar entre clases. Agradecí mucho su simpatía y su disposición para animarme. Interpreté todo ello como un gesto de buena fe más que cualquier otra cosa, aunque tras el giro de los acontecimientos no sé realmente qué pensar.
Primero dimos un paseo durante el cual empezamos a conocernos algo mejor. Tras el mismo nos fuimos a cenar, pero de todo ello hay poco que destacar más que algunas indirectas o miradas atrevidas.

Eran las once de la noche cuando me insistió en que fuésemos a tomar unas copas. Acepté sin pensarlo demasiado. Me dejé convencer básicamente porque quería estar con ella. Me llevó a un lugar cercano pero muy tranquilo. Había algo de música de fondo y un juego de luces que aportaba al conjunto un aspecto bastante… íntimo.

Uno de los gestos que más me sorprendió en la noche fue que, tras pedir la consumición, me acompañase agarrada de la mano hacia una de las mesas altas del bar. En ese momento intenté no darle mayor importancia. Total, es esa clase de comportamientos que tienen muchas chicas hetero cuando salen con sus amigas.

Pero la cosa no quedó ahí. Hablábamos de mí, de lo que me pasaba. Le comenté que lo había dejado con mi novia recientemente y que no me encontraba en mi mejor momento. Acto seguido, se levantó de su asiento y se acercó a mí para darme un abrazo. Juntó sus labios a mi oreja y dijo en voz baja: “Eres una chica increíble, nunca lo olvides”.

Me limité a darle las gracias, no sabía cómo reaccionar a eso. Por otro lado, cerré los ojos durante un instante eterno para imaginarla susurrándome como hacía, de cerca, mientras su abrazo se deshacía en caricias sobre mi cintura. Fue extraño, pero empecé a desearla aún más. Ya no se trataba de una cara bonita ni de una chica con estilo; todo para mí había pasado a otro plano. No sabría deciros si me refiero a algo carnal o sentimental, lo único que tengo claro es que empecé a tener ganas de ellas sin pensar en nada más, dejar que el resto del mundo desapareciese y que ella nunca dejase de abrazarme o de hablar tan cerca de mi oído y mi cuello.

La conversación continuó tratando el tema de su orientación sexual. Se consideraba abiertamente bisexual, aunque por cómo lo expresaba me daba la sensación de que lo decía por aceptación social. No importaba, era simpática y me alegraba estar conociéndola. Me sentía cómoda, segura. Es una sensación muy dulce percibir en pocos minutos que puedes confiar en alguien.

Salimos a la puerta para fumar. Éramos las únicas allí. Hacía frío pero poco nos afectaba eso. Tomó una gran calada de su cigarro, se puso ante mí y se acercó para soltar todo el humo contra mi boca. Me pareció un gesto provocativo, gesto que repetí hacia ella. Nos miramos como congelando el espacio tiempo y pronto apartamos las miradas hacia otro lado. La situación se volvió tan silenciosa como tensa.

Casi sin darme cuenta me vi atrapada entre ella y la pared. No tenía escapatoria y el alcohol se encargaba del resto. Posó una de sus manos en mi cintura y llevó la otra a mi nuca. Avanzó y me apretó contra sí “robándome” un beso que yo estuve encantada de darle. La cabeza me daba vueltas, los acontecimientos me superaban y no podía menos que rendirme a ella.

Se me olvidó todo aquello por lo que estaba triste. Ahora, en cambio, me sentía desconcertada. Caminamos juntas en silencio, sumidas en una calma no tensa pero sí incierta. Me acompañó hasta el portal de mi casa, donde permanecimos un par de minutos sin saber qué decir. Finalmente, ella rompió el silencio:

-Espero que volvamos a vernos pronto.
-Seguro que sí- respondí esquivando su mirada.
-Escríbeme.

Dicho esto, sujetó mi barbilla sin esperar una respuesta de mi parte. “Quiero que estés bien”, fue lo último que dijo. Juntó sus labios a los míos y los pude sentir con toda su ternura. Su respiración estaba ahora más sosegada que en nuestro anterior beso.


“Buenas noches”.


***

       Leo Sarmed. 2016.

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