lunes, 25 de agosto de 2014

Rebelde

Bendita juventud, benditos momentos y benditas risas sin motivo. 
Bendita adolescencia...

A determinadas edades todos tenemos algo en común. Todo se transforma, te afecta más y deseas comerte el mundo. Empiezas a darte cuenta de que las cosas son más difíciles de lo que te habían contado, que las palabras pueden llegar a doler más que muchos porrazos. Empiezas a amar hasta las lágrimas que lloran por quien quieres, te pierdes en infinitas conversaciones nocturnas que te arrancan hasta la sonrisa más oculta y aprecias el valor de cada caricia, mirada o desplante.

Tus estados de ánimo son una montaña rusa, la gente parece volverse en tu contra y lo único que deseas es correr, rebelarte y romper con todo lo que te hace sentir anulado.
Nadie te entiende y aprendes poco a poco el significado y los matices de la palabra impotencia.

Y dime... ¿Cuándo puedes sentirte más vivo? Más vivo que cuando pierdes tus entrañas en cada momento de amargo llanto, más vivo que con esos enfados incontrolables, más vivo que cuando amas y deseas alocadamente, más vivo que cuando la vida te abre sus puertas y aprendes a caminar entre sus obstáculos. Más vivo que cuando encuentras palabras para expresar tus sentimientos, que cuando las películas e historias comienzan a cobrar sentidos que nunca antes habías descubierto.

Te conviertes misteriosamente en un caminante sin rumbo ni destino, buscando errante un lugar que parece no encontrarse en ninguna parte.
¿Y qué decir de tu cuerpo? Te muestra nuevas percepciones que quieres explorar y explotar hasta su máximo exponente. Tus amigos se hacen partícipes de esos descubrimientos, investigando en lo bueno y, a veces, lo no tan bueno.

Y no nos olvidemos de esos errores que te colocan a una persona en el centro de tu vida. Pocas cosas hay tan jóvenes como creer que una persona puede llegar a ser perfecta e insustituible en tu vida, que en sus errores se encuentra tu perdición y que no hay futuro más allá de su partida. Que ingenuidad...

Tus padres y demás familia son muñecos gritones y sin empatía que jamás lograrán entenderte, alejados de la juventud.

Lo prohibido llama a la puerta de tu habitación y entreabres para verle la cara. Es sólo verle la cara, pero empuja la puerta y entra. Bendita juventud...
Caes y te arrastras varios metros antes de levantarte. Te ves sangrar pero te das cuenta de que ya no son las rodillas sino la autoestima, los sentimientos, esos nuevos rasgos definitivos de tu personalidad forjándose, creando a tu yo del mañana. Y poco a poco creces, ahora más por dentro que por fuera, más sentimental que aparentemente. Saboreas tus logros, te esfuerzas y descubres detalles de la vida más complejos como la belleza o el auténtico valor de las personas.

Sientes la evolución de tragar cuatro lágrimas y sustituirlas por una enorme sonrisa. Ya no piensas en correr, corres. Ya no piensas en amar, amas. Ya no piensas en follar, follas. Bendita juventud...

Sigues siendo joven aun con la sensatez acompañándote de la mano. Mejor prevenir que curar y seguir el camino que otros no pudieron. Por ellos, por ti, por mí, por todos y sobre todo, por quienes te quieren.

Y que bonito es ser consciente de tu propia personalidad, dejar atrás los complejos, las exigencias y quererte. Mirarte al espejo y saberte joven y rebosante de vida. 

No eres de nadie; no busques sentidos, no busques culpables ni semidioses; eres tuyo/a y tu vida es todo el sentido que podrás hallar.

Bendita juventud y bendita libertad.

Ahora quiero contaros un secreto que todos pretenden negar. Esa juventud es un tesoro, una actitud que debéis cuidar por siempre. No la releguéis a un reloj o un calendario, porque será vuestra siempre que la conservéis y cuidéis.
Nunca perdáis esa intensidad al vivir, ese darlo todo al querer sin miedo a perder, ese reír tan fuerte como llorar luego y viceversa. 

Tu actitud es lo que te define, lo que dice realmente quién eres. Nada importa lo que opinen los demás, nada importa lo que la sociedad establezca como correcto. 

Rebélate como aquel adolescente que en algún momento fuiste... o aún eres.

Sé siempre joven y serás siempre eterno...


Hasta la próxima.

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